Es curioso. Rod Stewart pudo ser, nueve años atrás, el hombre que acabara con el estigma de tierra baldía que arrastraba Lima en cuanto a espectáculos musicales se refiere. Pudo presentarse en el Nacional en febrero del 2002 y tocar los temas de “Human”, el disco que promocionaba por esos tiempos, a estadio repleto.
Pero no fue así. Es octubre del 2011, son las nueve y treinta de la noche y en la Explanada del Estadio Monumental son cerca de diez mil personas las que oyen los acordes de “Love Train”, un cover de los O’Jays que se convierte en el tema que da inicio al show, uno destinado a la nostalgia y a la revancha con aquella cancelación que se convirtió en un clásico de nuestras frustraciones musicales.
Y allí está Rod Stewart, con sesenta y seis años de edad y una vitalidad vocal y física que envidiaría cualquier aspirante a rockero, flanqueado por doce músicos entre los que destacan seis féminas vestidas de ceñido rojo y blanco.
Y allí está Rod Stewart, con sesenta y seis años de edad y una vitalidad vocal y física que envidiaría cualquier aspirante a rockero, flanqueado por doce músicos entre los que destacan seis féminas vestidas de ceñido rojo y blanco.
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